Salir a la calle un domingo y palpar el día en toda su dimensión no tiene precio, nada más asomarme al portal recibo una caricia del viento, vibrantes los rayos de sol, cantarines están los pájaros con sus trinos mañaneros, aprecio cada suspiro de vida que exhalan los árboles amigos que me encuentro, en la calle apenas circulan coches, se respira paz y armonía, pocas criaturas deambulan a estas horas tempranas y sobre todo, disfrutaré un día más de la eterna sonrisa de mi madre al verme llegar. ¿Cómo es posible que hagamos de este mundo un lugar tan exageradamente inhóspito, sobrecogedor, violento, pendenciero, intolerante y egoísta? ¿A quién le extraña que nos echaran del paraíso?, si no sabemos vivir en la tierra.
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