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martes, 4 de enero de 2022

DE CORAZÓN A CORAZÓN

 UN DÍA CUALQUIERA

La mañana de este primer domingo del año se ha presentado fresquita, el relente de la noche aún perdura en las calles de una silenciosa Estepona. En el bar de la esquina resuenan las voces de dos individuos que se beben su enésima copita de aguardiente como si fuese el maná caído del cielo. En mi recorrido habitual me he detenido ante un venerable anciano que descansaba en un frío banco de la calle Terraza.
(En una sociedad educada y sensible con los viejos, esos bancos tan necesarios para el descanso de los mayores serían más cómodos y no de hierro a consecuencia de los actos vandálicos)

Entablo conversación con este buen hombre.
- Buenos días, si sigue usted ahí cinco minutos más se quedará aterido, es decir, “pasmao” de frío.
- Es que estoy descansando hijo. Eres JuanMa ¿verdad? Te he conocido por la voz. Qué alegría saludarte porque no veas la compañía que me das todos los días y lo que me río contigo.
- Muchas gracias. ¿Cómo se llama usted?
- Me llamo Juan y tengo 87 años.
Y a partir de ahí, me ha contado su historia. Me relata que vive con su mujer en un modesto piso y con una pequeña pensión, que con la subida de la luz apenas le llega para comer. Más los achaques propios de la edad y los avatares con sus hijos.
La moraleja de esto que les cuento es que no cuesta nada pararse cinco minutos con una persona mayor y preguntarle cómo se encuentra. Para ti son cinco minutos, para ellos cinco horas, ya que, pasan solos la mayor parte del día, a solas con los recuerdos y sus enfermedades; viviendo con zozobra el tiempo presente. Necesitan un poco de calor, comunicación, unas palabras amables que les reconforten, y eso está al alcance de cualquiera. Pero claro, no tenemos tiempo para nada, ni siquiera un ratito para ellos. Es penoso que se presuma más de los viajes realizados a cientos de kilómetros que de visitar a tus padres que viven a diez minutos de tu casa, algo infinitamente más importante y que serviría de ejemplo, lo otro es pura vanidad. En el inteligente especial de José Mota de fin de año, pudimos ver como una señora ante el infarto de su marido pedía a gritos un instagrammer para subir una foto, no un médico para su agónico marido que la palmaba delante de sus ojos, esa es la realidad que vivimos hoy, somos esclavos de los móviles, de las redes sociales y hemos dejado a un lado lo más valioso que tenemos, la comunicación física, mirarnos frente a frente, la ayuda directa a padres y mayores en general, basta echar un vistazo a las reuniones en bares o restaurante, el móvil es el Dios de la mesa, el objeto adorado e inseparable, cualquier llamada o wasap tiene prioridad absoluta ante cualquier persona que tengamos al lado, ya sea un amigo, tu marido, tu esposa o la madre que te parió. Por este camino, no hace falta que venga ningún virus a matarnos, ya estamos muertos en vida. Eso sí, el entierro debe ser retransmitido vía WhatsApp, Youtube, Facebook o Tik Tok, no vaya a ser que te denieguen la entrada en el cielo. Amén.

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