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lunes, 11 de octubre de 2021

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LÉXICO DE OTRO TIEMPO 

Diario Sur 19 mayo 2015

MI abuela paterna sabía muchas cosas, sin llegar a ser una erudita en sentido convencional, pero no tanto como para dominar la lengua latina; sin embargo utilizaba habitualmente una expresión que en Marbella había derivado hasta convertirse en una palabra autóctona. Cuando regresábamos alguno de los nietos, tras el fragor de la calle, con arañazos en las piernas, en la cara o alguna rodilla un tanto descascarillada, ella nos decía que estábamos hechos unos «deseomos»; no tenía exclusividad en el uso de la palabreja. Era la evolución natural de Ecce Homo (he aquí al hombre), las palabras que, según el Evangelio, pronunció Poncio Pilato, tras la flagelación y coronación de espinas de Jesús, al presentarlo ante el pueblo judío. Lógicamente ese término no aparece en ningún diccionario que se haya publicado. Hay otras muchas palabras del léxico marbellí de antaño. Era usual entre los campesinos (y en otros trabajadores) usar como calzado los llamados «alpargates», una variedad de alpargatas que se hacían con esparto y utilizando como suelas trozos de goma extraídos de los neumáticos desechados de los automóviles. Cuesta creer que el pie se adaptase a un calzado tan rudo. En aquella Marbella, especialmente para aquellos hijos de vecino que poseían «algún año de bachillerato», las familias ansiaban para los retoños una «buena colocación» (que podía ser la de botones en un banco con la posibilidad de avanzar en el escalafón); no había oficinas de empleo sino de «colocación». Cuando llegaba el otoño y el invierno y abundaban los procesos gripales, nunca en Marbella se trató de una epidemia sino que había «andancia» de gripe; este término sí lo contempla el diccionario aunque hoy nadie lo utilice. Algunos niños poco dados a la discreción adquirían los denominados «mistos o mixtos cachondos», que eran unos diminutos artilugios de pirotecnia que frotándolos o golpeándolos producían un verdadero estruendo. Cuando llegaba la feria, las familias con hijos en edad propicia para ello tenían que hacer una recolecta monetaria para que pudieran disfrutar de las atracciones que no se denominaban así, sino «cacharritos», una especie de cajón de sastre donde cabía todo. Todavía no estaba erradicado el sarampión y raro era el niño que no lo pasaba, pero nadie le llamaba de esa manera, sino «coloraillo». Era aquella población muy dada a la metáfora eufemística y entre los verbos defecar (cultismo) y cagar (vulgarismo), en Marbella se «daba de cuerpo» y así todos contentos. Los difuntos, en otro alarde de símil eufemístico, se transformaban en «descansao» y de esta manera se aludía «al descansao de mi bisabuelo», por ejemplo. Las arañas siempre fueron cáncanas (término en desuso que figura en el diccionario), aunque entre nosotros también tenía el significado de alguien delgaducho y con aspecto de fragilidad y entonces se utilizaba el diminutivo «cancanilla». En épocas como la que vivimos actualmente, de crisis prácticamente estructural, abundan relativamente los trabajos ocasionales de poca entidad y que facilita conseguir algún discreto ingreso; también ocurría en la Marbella de antaño pero entonces era un «chapú» (nada que ver con champú). En ocasiones se daba el lujo de la abundancia de sinónimos y así caerse y darse un fuerte golpe, que el diccionario recoge con el vulgarismo «guarrazo» en Marbella era también pegarse un «zarpajazo» o un «zaleazo». Decir algo incoherente, sin sentido, una tontería, era pronunciar un «parpucho». Una mujer de tendencia a la vulgaridad y gritona en sus expresiones era una «farota». Algo que se rompía estaba «faratao». El que se dedicaba al transporte de mercancías o de personas se conocía como «cosario» (que en realidad deriva de corsario). Podría llenarse páginas y páginas con expresiones de un léxico hoy olvidado. Pero simplemente se trata de suscitar el interés y con lo dicho basta.

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