¿Dónde
está mi placita? ¿Dónde fue mi fuente?
Hace ya tres años y pico, que yo tenía cerca de mi casa, -a
diez metros del geriátrico- una placita con su fuente y sus banquitos, para
descanso y regocijo de mayores, adultos, niños y vándalos. En los días de asueto veraniego, cogía mi libro
y bajaba hasta esta placita recogida y coqueta, buscando como el perro la
sombrita, una vez allí colocaba mis posaderas sobre unos bancos de hierro,
donde mi trasero sufría las incomodidades del pesado metal. ¿Dónde estarán
ahora? ¿Acaso en un almacén de bancos, similar al lugar siniestro que nos
enseñó Antonio Mercero en su magistral serie televisiva “La cabina”? En su
momento, los gamberros los destrozaron, primero los desplazaron de su sitio, después
los llenaron de suciedad, los pintarrajearon y no sé dónde habrán ido a parar.
En mi placita, había una fuente de la que estaba
enamorado, no era la más bonita, pero a mí sí me lo parecía, ¡también pasa con
los hijos! Su celestial y relajante sonido invitaba a sumergirse en la lectura
de algún libro y era el mejor bálsamo para el espíritu. ¿Y qué hizo alguien sin
un ápice de sensibilidad? Enterrarla de por vida y nunca mejor dicho, ahora sólo
hay tierra en su interior. Hasta el más ignorante sabe que el agua es símbolo y
origen de la vida en este planeta. Yo solamente quería a través de esta carta
decirle a mi fuente, que la amaba por todo lo que ella me aportaba y aunque ha
pasado bastante tiempo,la sigo echando de menos, no sé si ella sentirá lo mismo
por mí. Que donde quiera que esté, no tenga resentimiento alguno hacia quien
ordenó enterrarla porque el resentimiento araña poco a poco el corazón y te
deja mal herido para siempre. Quiero que piense que nos volveremos a encontrar
algún día, ella con su goteo incesante de música y fantasía y yo caminando alborozado
por cada línea de mi libro. Ella soñando conmigo y yo soñando con tenerla. Amén.
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